viernes, 28 de mayo de 2010

Calentitos los panchos


En un inútil esfuerzo de restitución de la versión liberal de la historia argentina, sepultada bajo el asfalto del Microcentro durante el fin de semana, Pepe Eliaschev se dedicó el sábado pasado a narrar con estilo barroco su gran decepción por el estado de gran vitalidad que muestra la sociedad argentina.
Transcribimos un fragmento de esta espantosa crónica sobre su paseo por la Avenida 9 de Julio.
Lejos de la pompa acosadora, mutantes y buscas patrullan con displicencia la “Ciudad Bicentenarizada”. El estruendo hiriente que envuelve al Centro suscita la respuesta despreciativa de un sarcasmo sordo. Las gentes van y vienen, rodeadas de un pronunciado aire de ajenidad. Los fastos encarados a alto costo para celebrar los famosos doscientos años del país no los afectan, ni tampoco interpelan.
En varios sentidos, las muchedumbres porteñas miran de reojo y con fastidio el desparramo en una ciudad colapsada por preparativos de gruesa teatralidad. Se nos informa que estamos de fiesta.
Con la 9 de Julio literalmente intervenida, las laterales son corredores de pintoresco existencialismo, patrullados por merodeadores de todo pelaje. Al mediodía del jueves, camino por Lima desde Avenida de Mayo, y paso junto al sobredimensionado stand de las Madres de Bonafini convertidas en estatuas. Por la acera, innumerables tarjeteros, uno cada diez metros, reparten una folletería reveladora de un país envilecido donde innumerables desocupados rasguñan el fondo de la olla. Entregan unas pequeñas octavillas de 8x5, las mismas que decoran las derruidas cabinas telefónicas, vergonzosamente subsistentes.
En Buenos Aires la explosión incontenible de la promoción de servicios sexuales es llamativa. Las pequeñas tarjetas incluyen dirección formal y teléfono de línea de los burdeles. Sus apelaciones son pedestres. Completita, dulce y atrevida. Cumplimos todas tus fantasías. Sólo para exigentes. Sensual y atrevida. Ambiente climatizado. Solita en mi departamento. Te espero. Firman Candela, Pamela, Sofía, Aby, Brisa, Abril...Sentadas en cuclillas, a la manera andina, personas ataviadas como indígenas del Altiplano venden objetos, supuestamente artesanales, exhibidos en sus mantas en la esquina, supuestamente peatonal, de Avenida de Mayo y Perú. Para acentuar su apariencia de habitantes legítimamente originarios, beben mate y fuman unas imponentes pipas, junto a la legendaria confitería London eternizada por Julio Cortázar en Los premios, sitio otrora encantado en apasionantes tiempos ya idos.
Recorrer la ciudad observando sus intersticios con morosa y atenta prolijidad revela existencias sorprendentes. ¿Qué tienen que ver esas estampas de derrota y abatimiento con la prepotente y grosera exhibición nacionalista que se agiganta este 25 de Mayo?
Cerca del Congreso, los que viven y duermen en la calle dejan sus colchones sobre los altos alfeizares del edificio del Senado, en la esquina de Solís y Rivadavia. Cuando anochece los bajan, se acurrucan en ellos y ahí se quedan hasta la madrugada. No menos de 50 seres duermen en esos huecos, alimentados de noche desde camionetas del Gobierno de la Ciudad que reparten comida caliente en la Plaza del Congreso. Pocas cuadras más al sur, en la esquina de Solís y Belgrano, a cien metros del Departamento de Policia, un chico está casi todo el día echado al piso junto a una boca de respiración desde la que sale el aire caliente de la cocina de una pizzería.
Mutantes, ambulantes, resignados, alelados, gente desorientada y condenada, sobrevive malamente en una impávida ciudad emborrachada de banderas argentinas y Bicentenarios pretenciosos.
Si me despojo, por un breve instante, de los efectos anestesiantes del brebaje patriotero, percibo de modo rotundo, las imágenes de una puesta en escena indecorosa, como si una gruesa capa de maquillaje intentara tenazmente vestir de tersura y belleza un rostro descompuesto y surcado de arrugas.

Artículo completo acá.
Puaj.
No los veo a estos escribas remontando la tesis de la crispación. La verdad, no los veo.
Y buahhh...a llorar al Tedeum.

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